El largo y nutritivo recorrido por el mundo del crecimiento interior contado a través de breves crónicas de mi experiencia personal.
Corría el año 1995. Para entonces prestaba mis servicios como Corredor de Bolsa en una de las más prestigiosas instituciones financieras de Venezuela, mientras naufragaba en las turbulentas aguas de un divorcio anunciado tres años antes. Siendo completamente honesto, debo agregar que ya tenía rato haciendo malabares con los fragmentos de aquello que venía cayéndose a pedazos desde hacía mucho más tiempo.
Dejar atrás una década de matrimonio no debe ser fácil para nadie y ciertamente, no lo fue para mí. El dolor más lacerante que gané con esta pérdida fue sustituir la presencia diaria de mis hijos por las efímeras horas contenidas en fines de semana que comenzaban los viernes cerca de las 6 de la tarde y terminaban los domingos alrededor de las 9 de la noche.
Esta renuncia —mezclada con amargo y dulce— fue mi primer acto en defensa propia. Nadie, salvo yo, podía ocuparse de recoger los trozos de mi integridad que se hallaban regados por el piso. Recuerdo que vivía en dos universos paralelos, siendo el más frecuentado aquel que me obligaba a mostrarme entero para no hacer pública esa parte de mí que se desmoronaba interiormente, una vez cumplida la jornada laboral.
Lentamente, fui recuperando cada pieza que la negligencia en la que habitaba desde hacía mucho, había dañado hasta hacerlas casi inservibles. Fue así como emprendí el camino de la restauración necesaria, inspirado por una fuerza cuyo impulso me llevó tiempo reconocer.
A pesar del ritmo frenético que aún marcaba mi paso, muchas cosas comenzaron a adquirir sentido, y con nuevos ojos comencé a mirar a través de otro cristal. Aunque solo lo supe varios años después, había empezado a dedicar atención y energía para procurarme un modelo que me explicase convincentemente, el significado de este maravilloso experimento llamado «vida».
De aquellos años, perduran hábitos que adquirí para reparar ciertas grietas que, quizá de tanto repetirse en quienes me rodeaban, se habían convertido en algo que por común, se confundían con lo normal. Preservo mi gusto por el buen cine, especialmente el que se ocupa de los aspectos sublimes de esta difícil tarea de ser «humano». Queda también mi afición por la literatura que se ocupa de estos asuntos, aunque con vergüenza reconozco mi deuda con la poesía, género que mejor lo logra.
Pero mi mayor ganancia fue hacerme un padre más responsable para darle a mis hijos mejores oportunidades de las que mis padres me dieron y sobre todo, el reconocimiento de que su papel en mi vida ha sido enseñarme, y no al contrario como erróneamente supuse durante muchos años. De esa etapa, aún quedan muchas más victorias privadas, que contaré en próximas entregas.