La libertad de escoger nuestra respuesta ante cualquier estímulo es la clave para superar el resentimiento que nos confronta y nos separa. La responsabilidad personal tiene mucho que aportar a la hora de influir en el cambio de toda una sociedad.
Después de tantos años de una sostenida, deliberada y hábilmente inducida intimidación, es inevitable sentir miedo. Pero tenemos que convertir ese miedo en coraje para pasar de la pasividad a la acción estratégica. Llegó la hora de aceptar que nada cambia por puro deseo, por ingenua esperanza o por una fuerza inesperada del destino. Venezuela es una nación atada a un recuerdo que se resiste a pasar la página y que se disfraza de presente una y otra vez, mezclándose y confundiéndose en una línea temporal difusa.
Lo que estamos viviendo es la consecuencia de una sociedad que aún no ha hecho la transición de la monarquía a la república, entre otras cosas por haber privado de educación y mantenido históricamente excluida de ella a una gran cantidad de venezolanos que sólo han conocido la marginalidad como estilo de vida.
Eso es lo que explica porque nos comportamos como súbditos y también por qué hemos permitido el regreso de formas totalitarias de gobierno. Por supuesto que también explica porque hemos permitido la alienación, la violencia, el abuso y los excesos en casi todas las instancias de la vida pública. La profundidad de la actual crisis venezolana es insondable. Sus implicaciones resucitan lo más profundo de nuestra mentalidad colectiva.
A estas alturas, es difícil saber si estamos preparados para reconocer que nuestra tragedia como nación reside en nuestra precariedad espiritual. También es difícil afirmar que estemos preparados para hacer algo que ayude a cambiar las cosas.
El primer paso de este largo camino consiste en ver y entender cómo y por qué se manifiesta el autoritarismo, el egoísmo, la indolencia, la indiferencia, la negligencia, la incompetencia, la intolerancia, la irresponsabilidad, la deshonestidad y la impunidad en nuestras vidas personales. Este examen de conciencia nos servirá para comprender por qué nuestros liderazgos son como son, y así entender finalmente que no se trata de un problema de liderazgo.
No podemos perder de vista que las sociedades están compuestas por individuos. Esto quiere decir que la verdadera transformación de toda sociedad comienza con los cambios que se producen de manera íntima en cada persona. Gandhi decía: Debemos ser el cambio que queremos ver en los demás. Para lograrlo, empecemos por reconocer y aceptar que eso que llamamos realidad se produce como el resultado de lo que hacemos, es decir, de nuestras acciones.
Sin embargo, los pensamientos y las emociones son la materia prima de la acción. Lo que quiero decir es que la acción siempre está precedida por lo que pensamos y por lo que sentimos y eso, es lo que le da forma y vida a lo que hacemos, y lo que hacemos, a los resultados que obtenemos. Queda claro entonces que el primer paso para procurar ese cambio con el que muchos soñamos es dejar de evadir nuestra responsabilidad en el actual orden de cosas, porque nuestros pensamientos y sentimientos tienen mucho que ver con lo que estamos viviendo.
Dos preguntas obligatorias que debemos hacernos todos los que vivimos y padecemos los rigores del drama venezolano son: ¿Dónde está puesta mi atención? ¿En lo que quiero o en lo que no quiero? Estas preguntas son importantes porque, aunque no nos demos cuenta, al pensar frecuentemente en lo que no queremos que nos pase, eso a lo que tanto tememos, se termina manifestando en nuestras vidas.
Esto sucede porque, sin percatarnos, lo atraemos a nuestras vidas al pensar en ello constantemente. Acapara nuestra atención e inadvertidamente, le otorgamos el poder de manifestarse en nuestras vidas gracias a la fuerza y energía que les brinda el miedo que sentimos. Cada vez que pensamos en lo que no queremos, nuestra frecuencia vibracional disminuye y nos deja indefensos, cediéndoles a otros el poder de dirigir nuestras vidas. Es así como renunciamos a hacer que pase lo que si queremos que nos pase.
El hecho es que nuestra atención resulta deliberadamente secuestrada por aquellos que imponen la agenda noticiosa, influyendo en la calidad de nuestros pensamientos y sobre todo, en nuestra respuesta emocional. De esa forma, roban no sólo nuestra atención sino también nuestras energías al provocar indignación, frustración o depresión.
Mediante esta maniobra, nuestros actuales gobernantes se sirven de la energía de quienes los adversamos para preservar los beneficios que les brinda el control institucional del país. Este es el diseño utilizado por las fuerzas de la oscuridad desde tiempos inmemoriales. Así ha actuado siempre ese lado oscuro de la naturaleza humana que conocemos con el nombre de maldad sobre la faz de tierra. Lo que vivimos los venezolanos es la edición mejor revisada, corregida y aumentada hasta el presente de un extenso manual de dominación que, afortunadamente, no es infalible, cosa que demuestran los finales de las tiranías.
Ahora bien: para desmontar la trampa en la que nos hemos metido conviene recordar que en este universo físico, todos los fenómenos están regidos por leyes físicas que son las determinan, invariablemente, los resultados.
Vamos a ver de manera breve y sencilla cómo actúa la tercera Ley de Newton, mejor conocida como la Ley de Acción y Reacción para explicar la relación que existe entre la física y la política, cosa que a algunos tal vez resulte descabellada. El enunciado de esta ley dice que a toda fuerza siempre se le “opone” otra fuerza de la misma magnitud pero en sentido contrario. Esa fuerza, que se conoce con el nombre de resistencia, repito, resistencia, se encarga de mantener las cosas donde están y como están.
De allí que el movimiento —y los cambios no son otra cosa que movimiento— siempre requieren de una fuerza superior a la que se le opone, ya que en todo ambiente sujeto a la Ley de la Gravedad siempre existirá resistencia. ¿Hasta aquí vamos bien?
Esta lógica revela que facilitar los cambios demanda actuar sobre la variable resistencia de dos maneras diferentes, ambas estratégicas, simultáneas y complementarias. La primera, incrementar la fuerza que posibilita el movimiento. La segunda, reducir la resistencia tanto como sea posible. Si lo pensamos bien, esa ha sido, lamentablemente para nosotros, la exitosa estrategia que el poder ha llevado a cabo desde hace más de 20 años.
Yendo un poco más profundo en este análisis, nos damos cuenta por qué hasta ahora la dirigencia política opositora ha fracasado: por ser sólo resistencia, por su incapacidad de articular todas las fuerzas existentes hasta, equipararse primero y superar en magnitud después, a las fuerzas que operan en favor del totalitarismo.
Queda claro entonces que dicha capacidad de organización se rebela hoy ante nosotros como una de nuestras más grandes debilidades y por lo tanto, nuestra mayor tarea. Sin embargo, hay algo más fácil e individual que si podemos hacer cada uno de nosotros: reducir la resistencia. Para lograrlo, sólo se necesita una acción táctica y un compromiso individual que comienza con tener presente esta máxima: a lo que te resistes, persiste.
El primer momento de esta acción táctica es reconocer y aceptar que la mayor parte de nuestras resistencias son inconscientes, es decir, que negamos y rechazamos lo que nos pasa sin darnos cuenta. Quizás te estés preguntando: ¿Cómo hago para saber a qué me resisto? Muy fácil: prestando atención a todo lo que no te gusta en tu vida, ya que detrás de cada cosa que no te gusta, hay una resistencia.
La clave para debilitar cada resistencia es no dejar que acapare toda tu atención y aprender a ver la misma situación de modo diferente. Aquí es donde empieza nuestro más grande desafío, porque ver las mismas cosas pero de manera diferente es el comienzo del acto de perdonar. ¿Cómo reconocer nuestras resistencias? Estos son algunos ejemplos:
- Cuando nos quejamos.
- Cuando juzgamos con ánimo de culpar.
- Cuando nuestros actos son impulsados por la arrogancia.
- Cuando negamos que aquello que vemos con tanta facilidad en los demás también está presente en nosotros.
Te invito a comprometerte y a aprender a utilizar las resistencias en tu propio beneficio; a que tengas presente la importancia de tu intención, de tu atención y de tu emoción al momento de manifestar tu realidad. Te sorprenderás del peso que tienen en la manera como suceden las cosas en tu vida.
En lo personal, he decidido no dedicar mi tiempo y mi energía criticando a quienes, por ahora, les hemos cedido el poder de decidir por nosotros. He decidido responsabilizarme y aceptar con gratitud, compasión y perdón a esas personas a las que tanto rechazamos colectivamente. Estoy eligiendo ver a nuestros gobernantes actuales como los representantes de los excluidos de siempre, a quienes sólo puede mover un resentimiento ancestral del cual no lograrán liberarse mientras les demos la espalda.
Cualquier persona que haya sido excluida y marginada, no puede conocer otra forma de relacionarse con sus semejantes que no sea a través del resentimiento, porque es muy difícil manejarse compasivamente cuando tus principales referentes han sido siempre el dolor, la culpa, el castigo, la carencia, el odio y la rabia. De modo que no es con más odio, con más rabia, con más dolor, con más violencia ni con más resentimiento que conseguiremos que, en contra de su voluntad, abandonen lo que tanto tiempo les costó conquistar. Si de verdad queremos que por fin prevalezca el imperio de la civilidad, estamos obligados a ser la luz en la casa de las sombras.
No conseguiremos sino más oscuridad mientras sigamos siendo parte de las sombras. Sólo tú puedes decidir de qué lado quieres estar. Debemos renunciar a los patrones convencionales con los que acostumbramos a evaluar y juzgar, tanto a las personas como a los acontecimientos. Renunciemos también a la anacrónica Ley del Talión que reclama el ojo por ojo, para no convertirnos en un país de ciegos. En lugar de atacarlos, ayudémoslos a liberarse de tanto dolor acumulado que los oprime desde hace tanto tiempo.
Aprendamos a ver a nuestros actuales gobernantes con otros ojos. Terminemos de comprender que sus actos son verdaderamente, peticiones desesperadas de amor con las cuales nos imploran que les ayudemos a liberarse de tanto dolor.
Aprendamos a verlos con nobleza y amor incondicional y entender, que más allá de los límites de la razón humana, esos que hoy son objeto de nuestro odio y de nuestra rabia, aceptaron asumir las consecuencias de manifestarse como parte de la oscuridad para mostrarnos a todos nuestro lado más oscuro, con el propósito divino de posibilitar nuestra liberación de las sombras. Esta nueva visión —que sólo puede brindarnos la chispa de inteligencia superior que mora en cada uno de nosotros— es, en sí misma, un acto de liberación. Es la rebelión más activa, más pacífica, más poderosa y más efectiva que podemos ejercer.
Es la verdadera conspiración. La más subversiva y desestabilizadora que puede conocer cualquier tiranía. Su clandestinidad está garantizada. No puede ser infiltrada, ya que se ejerce desde ese espacio que nadie te puede invadir. No puede ser combatida una vez que se halle instalada en el centro de tu conciencia, de tu ser, de tu amor.
No hay antídoto contra el amor, fuerza a la que nada ni nadie puede resistirse. Resistirse al amor sólo lo hace más fuerte porque lo reconoce, lo reafirma, lo hace vigente, presente y permanente. De allí el imperativo de amar al prójimo como un acto de defensa propia. Pero no tan poquito como lo hacemos con nosotros mismos actualmente. Y como el amor sólo se expresa en acciones, demostremos que nos amamos ejerciendo, con la más absoluta integridad:
- La Honestidad
- La Compasión
- La Gratitud
- La Responsabilidad
- La Tolerancia
- El Respeto (para con nosotros mismos y hacia nuestros semejantes).
- La Excelencia
- La Cooperación.
Y muchos otros valores universales que en otras latitudes han demostrado a lo largo de la historia que, ejercidos con equilibrio, hacen posible que la vida merezca ser vivida.
Sabemos que orar y tomar conciencia de la importancia del aspecto espiritual de la actual crisis no es la única vía para superar este drama. Podemos tomar muchos caminos, es cierto, pero el camino del amor sigue siendo, quizás no el más corto, pero sí el único definitivo.
Mientras nos mueva el dolor, la rabia o el odio estaremos cavando cada vez más profundo el hoyo de nuestra propia perdición. Debemos tomar responsabilidad de nuestra contribución al actual estado de cosas y a partir de allí, hacer causa común en la reconstrucción de una Venezuela profundamente dividida. En esta hora menguada, Venezuela vive, literalmente, la eterna confrontación del mal contra el bien, de la oscuridad contra la luz, del deseo de dominar y subyugar las voluntades individuales, contra el legítimo y natural ejercicio del libre albedrío.
Para finalizar, quiero compartir esta cita de Carl Jung, quien pareciera haber escrito esta sentencia pensando en nuestra querida Venezuela: Aquellos que no aprenden nada de los hechos desagradables de sus vidas, fuerzan a la conciencia cósmica a que los reproduzca tantas veces como sea necesario para aprender lo que enseña el drama de lo sucedido. Lo que niegas te somete lo que aceptas te transforma.