Aprendiendo a gestionarla, la soledad es el salvoconducto hacia la liberación del condicionamiento cultural que determina tu forma de ver la vida. Cuando inviertes los términos de la ecuación, se abren ante ti las posibilidades de producir nuevos resultados.
Conozco de cerca a la soledad. Estos tiempos, signados por el desenfreno, el vértigo y el extravío, también atestiguan la incesante búsqueda de la serenidad perdida. Comparto el principio de que todo lo que sucede cerca de mi tiene que ver conmigo en menor o en mayor medida. Al principio, me cuesta ver con claridad cómo se manifiesta en mí eso que me sacude; sin embargo, procuro mantener presente esta premisa que suscribo como ley universal: mi mundo exterior es el reflejo de mi mundo interior.
Me valgo del reconocimiento y aceptación de mi autoría en todo lo que me sucede para darme cuenta de la importancia de continuar saldando mis cuentas pendientes con el alma. Dentro de esos asuntos no resueltos está la soledad, un tema oscuro y estigmatizado que se prefiere evadir debido a sus consecuencias emocionales.
Mi propósito con estas líneas es llamar tu atención acerca de la manera como procuras sustraerte de esa soledad silenciosa que diariamente te acompaña, mimetizándote con esta parafernalia de medios que, en apariencia, pretenden mantenerte conectado con quienes están lejos, pero que en realidad están creando peligrosas brechas con quienes están cerca.
Desde siempre me ha llamado la atención que exista tanta gente sintiéndose sola, aun estando acompañada. Este fenómeno se hace cada vez más patente gracias a la tecnología. Sin embargo, creo que el exceso con el que la gente busca llenar su vacío existencial es el talón de Aquiles de esta trampa que hábilmente se ha construido para aprisionar la conciencia.
Discretamente, has ido descubriendo tu condición de creador de la realidad de la que formas parte. Con avances y retrocesos, estás aceptando esa responsabilidad y te vas uniendo a quienes comprenden que la causa de la ausencia que te acompaña calladamente es el déficit afectivo que tienes contigo.
La soledad a la que me refiero en estas líneas es el saldo negativo que te muestra una contabilidad repleta de deudas que no han sido canceladas oportunamente. Es el resultado de usar tu tarjeta de crédito emocional para cubrir tus excesos, creyendo que solo abonando el pago mínimo podrás mantener el mismo ritmo de consumo indefinidamente.
A menos que incrementes tus depósitos de amor propio, tu estilo de vida colapsará más temprano que tarde. Y creo que, para tu fortuna, esto está sucediendo. El balance deficitario entre tus activos y pasivos emocionales te está obligando a aprender a lidiar con tus propias urgencias.
Esta ruta te impone dejar de aparentar. Encarar y resolver comienza a hacerse imperativo. Estás adquiriendo una mejor comprensión de este fenómeno que aún te aterra. Por ello, no debes descuidar el paralizante efecto que tiene la pregunta «cómo» al momento de enfrentar cada situación en la que buscas que la vida cobre sentido para ti.
Tu soledad se revela como el inevitable divorcio entre lo que eres y lo que crees ser. Producto de esa dualidad, continúas atrapado en tu personalidad, y no te percatas de que el desasosiego que vives es el cable a tierra que tendiste para no dejar pasar la oportunidad de atender el llamado del alma a expandir tu conciencia.
Insistes en defender, proteger y conservar las mismas ideas que producen tu malestar. Prefieres pagar el precio de una soledad autoimpuesta para no asumir el costo de confrontar tus propias sombras. La soledad que hoy te abruma va más allá de tener alguien a tu lado para disfrutar su compañía. Tu soledad actual tiene que ver con el hecho de que te resulta insoportable estar contigo.
Te subastas al primer postor sin importarte que sus deudas le impidan pagar lo que vales. Por miedo a estar a solas contigo, prefieres el riesgo de la insolvencia afectiva de quien se acerca a ti solo para hacer más llevadera la carga de su propio dolor. Por eso, apelas a dispositivos que pretenden sustituir la proximidad humana y el calor de los encuentros cercanos, con conexiones frías a distancia que solo incrementan tu confusión.
No sabes estar contigo, no te gusta, no lo disfrutas y eso se mantendrá mientras insistas en continuar ignorando quién eres. Entretanto, prefieres seguir distraído con la identidad que te has dado, asignándole valor a los rasgos y atributos con los cuales te defines y que crees que te sirven para que los demás te aprecien y valoren.
Las pírricas gratificaciones que consigues vienen acompañadas con un dejo de inconformidad que no eres capaz de asimilar. La pobre valoración que te das apenas sirve para conseguir el mínimo de aceptación y reconocimiento necesario para sobrellevar tanto desasosiego. No obstante, hay una fuerza sutil que surge de tu interior que te hace sospechar que hay algo de más valor y quieres ir a por ello, aunque no sepas bien qué es, ni cómo hacerlo.
A esa fuerza debes aprender a prestarle atención. Es tu voz de alerta que te enseñará a manejar tu soledad coherentemente. Nunca es más oscura la noche que cuando se acerca el amanecer y por eso, no debes descuidarte. Continúa propiciando su llegada tendiendo una mano a todas las personas que se encuentren cerca, queriendo —al igual que tú— cruzar el umbral de esa puerta que solo se abre desde adentro.
La soledad puede suturar tus heridas del pasado. Sus cicatrices te recordarán el precio que pagaste por alcanzar tu serenidad, así que muéstralas con valor y dignidad. Libérate de la carga de continuar escondiéndolas o avergonzándote de ellas. Tu victoria, aunque privada, es la buena noticia que todos esperamos conocer.