Muchas personas continúan interesadas en saber cómo surgió este nuevo virus que afecta nuestra cotidianidad de manera irreversible. ¿Seremos también muchos los que nos preguntamos cuál es su propósito?
Un gran misterio ensombrece todos los aspectos relacionados con el origen de la pandemia. Como resultado de las abundantes y contradictorias informaciones que tendenciosamente han circulado en los medios de comunicación masivos —más con la intención de alimentar la confusión que de aclarar lo sucedido— son muy pocas las cosas que hasta el momento se pueden sacar en claro.
Entre ellas destaca que esta crisis mundial, creada principalmente por los aparatos de información, desinformación y contra-información que generan las matrices de información con las que deliberadamente raptan nuestra atención, nos debe servir para tener presente —hoy más que nunca— que muy pocas cosas son lo que parecen.
A pesar de que muchos ya podemos darnos cuenta de que vivimos en una realidad parametrizada por variables a las que respondemos inconscientemente, aún es muy grande el universo de conciencias que se comportan como auto-rehenes del condicionamiento cultural. Por ello, me resulta pertinente recordar ahora que la enfermedad nos obliga a detenernos como parte de un mecanismo de defensa, pues la supervivencia está en riesgo mientras no nos ocupemos de restaurar el equilibrio perdido de nuestras energías corporales.
Convencido como estoy de que nos rige una inteligencia superior que coordina todo lo que sucede en esta dimensión en la que nos experimentamos como seres emocionales teniendo una experiencia racional, la aparición del Covid-19 y todas sus consecuencias, responde a un diseño que está relacionado con esa necesidad de detención y revisión a la que ya me he referido aquí y en entregas anteriores.
Más que interesarnos por determinar si se trata de un experimento que se le escapó de las manos a quienes lo dirigían, o si se trata de la mutación de un virus animal que alcanzó a instalarse y propagarse en la especie humana, deberíamos dirigir la mirada hacia nuestro rol como creadores de realidad.
En esta revisión, la prioridad debe ser ocupada por la manera en que creamos nuestra propia realidad a través de las acciones que llevamos a cabo. Es extremadamente relevante llamar la atención —a manera de recordatorio— de que toda acción es el resultado de un coctel de pensamientos y emociones que se combinan tan rápida y mecánicamente que ni siquiera lo notamos.
Hasta esas acciones que solemos llamar «instintivas», provienen de un pensamiento previo, impulsado por una emoción que lo antecede. Este binomio forma parte de nuestros condicionamientos biopsicosociales, los cuales están imbricados de una manera tan compleja tanto en el consciente como en el subconsciente y en el inconsciente, que solo dedicándonos a estudiar estos fenómenos es cuando se revelan ante nosotros como los verdaderos artífices de nuestra realidad.
Queda por mencionar el tema de la cuota de responsabilidad que cada uno de nosotros tiene en haber provocado esta detención que tantos cambios ha originado y originará. No faltarán quienes piensen que no han tenido nada que ver con el virus y su propagación. Sin embargo, al final, todos nos hemos visto afectados por él. ¿No convendría entonces preguntarnos por qué o para qué?
Tenemos ante nosotros una oportunidad dorada para darnos cuenta de que, como humanidad, existe una corresponsabilidad en todo lo que nos sucede. Este tipo de espacios para la reflexión suelen ser insuficientes cuando se trata de sumergirnos en las insondables profundidades de la conciencia. Sin embargo, sí nos permiten llamar la atención acerca de las cosas que suceden, justo para enterarnos de cómo intervenimos inconscientemente en la creación de una realidad que es, simultáneamente, particular y compartida.
Nada sucede por error o por obra del azar. Todo tiene una razón de ser, una causa, que inevitablemente trae aparejada una o muchas consecuencias. Son muchas las conjeturas que podemos hacer respecto a la forma cómo están sucediendo las cosas y muy especialmente, con relación al manejo que se está haciendo de la información por parte de quienes han asumido como negocio y como mecanismo de control social la poderosa influencia que tienen sobre muchos de nosotros los medios de comunicación que llegan a las grandes masas.
Preguntarnos ¿por qué terminé infectado? o, ¿por qué he logrado hasta ahora mantenerme a salvo de este virus? son preguntas muy pertinentes para comenzar la búsqueda de esas respuestas hacia las cuales debería conducirnos este «stop» forzado que nos ha impuesto el miedo a morir.
El que cada uno de nosotros forme parte de este conglomerado de conciencias individualizadas que llamamos humanidad tiene un significado y cumple con un propósito que muchos de nosotros ignoramos debido a nuestra precariedad espiritual. Que vivamos en Asia, Europa, África o América poco importa. Lo relevante es que estamos implicados aunque nos separen océanos y, particularmente, insalvables brechas culturales.
Aprender a mirar más allá de nuestras narices es una obligación que no podemos seguir postergando. Tenemos una responsabilidad particular en todo lo que nos pasa, y debemos asumirla. Pero también tenemos una responsabilidad colectiva en lo que nos sucede que se planta ante nosotros como el gran reto a superar. Lo primero es conocerla y entenderla, para luego aprender qué hacer con ella. ¿Lo lograremos esta vez o debemos esperar una nueva crisis de mayor magnitud a la actual?