Significados

Eric Goyo

No se puede enseñar nada a un hombre; sólo se le puede ayudar a descubrirlo en su interior.

Galileo Galilei.

Era una fresca tarde otoñal en la que, al final de una breve colina, estaba asentada la casa en la que el Maestro solía reunirse diariamente con su joven discípulo. Mientras aguardaba la llegada de su sabio guía a la amplia sala en la que acostumbraban conversar, el recién iniciado alumno miraba la majestuosidad de los árboles que alternaban sus rojas, naranjas y verdes hojas con los robustos marrones de sus troncos y ramas, para cubrir el paisaje con su indescriptible belleza.

Procurando no sacarlo de su éxtasis contemplativo, el maestro se acercó sigilosamente hasta posar tiernamente su mano sobre el hombro de su aprendiz. Se miraron con el cariño de dos amigos entrañables y se dirigieron juntos al lugar en el que cómodamente se sentaban a compartir en medio de la tranquilidad que aquel lugar les brindaba.

El silencio con el que solían mirarse prolongada y mutuamente antes de iniciar su plática, se vio interrumpido cuando el discípulo preguntó al Maestro:

— ¿Por qué si soy una buena persona me siguen pasando cosas desagradables?

— ¿Cómo sabes que eres una buena persona?— replicó el Maestro.

— Bueno, no lo sé… supongo que porque no le hago daño a nadie y ayudo a todo el que puedo.

— ¿Y cómo te ayudas a ti mismo?— volvió a repreguntar el Maestro.

— La verdad, no lo sé, Maestro. Me cuesta mucho trabajo darme cuenta qué debo hacer para ser una mejor persona.

— ¿Significa entonces que quieres mejorar?— insistió el Maestro con un poco de sorna.

— ¡Claro! ¿No es lo que queremos todos?— espetó defensivamente el aprendiz.

— Puede ser que muchos deseen ser mejores, pero, ¿mejores con respecto a qué?— inquirió el Maestro al discípulo con otra pregunta.

— ¡Caramba Maestro! Esa sí que es una buena pregunta. Nunca había pensado que ser mejor significaba tener que hacer comparaciones.

El Maestro sintió curiosidad y quiso saber:

— Bueno… y ahora que te das cuenta, ¿con qué te comparas?

— Podría hacerlo con otras personas, pero prefiero hacerlo conmigo mismo, argumentó el discípulo.

— Eso me parece muy bien. Me gustaría seguirte escuchando— dijo calmadamente el Maestro mientras buscaba comodidad en la butaca en la que estaba sentado, mientras platicaba con su alumno.

— Bueno… Pienso en mi pasado, en las cosas que me han sucedido, en las que no tengo y quisiera tener. Cuando pienso en todo eso, quisiera que todo cambiara. Es como si quisiera tener una vida distinta a la que tengo.

— ¿Significa eso que no estás conforme con tu vida?— preguntó el Maestro mirando fijamente a los ojos de su discípulo y esperando con mucho interés oír su respuesta.

— No maestro, no es eso— dijo el discípulo con voz pausada hasta quedarse en silencio. Se levantó del piso y comenzó a caminar en círculos, como si estuviese pensando muy bien lo próximo que iba a decir.

— ¡Tiene razón Maestro! La verdad es que no me siento satisfecho con mi vida, pero me da vergüenza reconocerlo, incluso a usted, a quien le tengo tanta confianza y por quien siento tanto cariño.

— No te avergüences por eso, mi amado compañero. He estado en ese lugar en el que te encuentras ahora y conozco bastante bien las sensaciones que puedes estar experimentando. No me resultan ajenas porque necesite vivirlas para conocerlas primero, y trascenderlas después.

— ¿Y cómo lo hizo Maestro? Necesito que me enseñe. No quiero seguir llevando mi vida de esta manera, acumulando insatisfacción. Me da miedo pensar que voy a pasar el resto de mi vida con esta sensación de impotencia y frustración, hasta convertirse en una suerte de desesperanza que carcoma todas mis ilusiones hasta que mi vida se convierta simplemente en un sueño no cumplido.

— Otra vez pensando en el futuro, ¿verdad?— dijo el Maestro.

— ¡Es que no puedo evitarlo Maestro! Quisiera escapar de este presente que no me gusta y la única forma en que lo logro es imaginándome viviendo una vida diferente a esta, en un momento diferente a este que supongo está en el futuro.

— Tampoco sientas vergüenza por eso— expresó el Maestro en un tono compasivo. —Es legítimo que eso te suceda y la verdad, es que ni siquiera deberías esforzarte para evitar sentirte de esa manera. Al contrario, agradécele a tu malestar la oportunidad que te está brindando— afirmó esta vez el Maestro con un cambio notable en su voz, que denotaba paciencia y sabiduría.

— No lo entiendo Maestro. ¿Me pide que de las gracias por sentirme mal?— preguntó enojado el discípulo.

— No. Lo que te estoy sugiriendo, y es tu decisión hacerlo, es agradecerle a tu malestar por haberte traído a esta orilla del río en la que puedes comenzar a ver las cosas desde otra perspectiva.

Esta vez volvió a mover su cuerpo el Maestro en la silla, buscando un nuevo acomodo, mientras el discípulo notaba su indiferencia.

— ¿Se ha molestado Maestro? Siento ahora cierta distancia, después de haber pronunciado sus últimas palabras— dijo el discípulo esta vez incomodado por la vergüenza de sentirse responsable por el cambio en la actitud de su Maestro.

— No es distancia lo que sientes— respondió el Maestro apenas su alumno terminó de pronunciar sus palabras.

— Lo que estás sintiendo es mi respeto por tu libertad de elegir hacer con tu vida aquello que te parezca estar conforme a lo que con mayor fuerza deseas hacer, aunque no siempre tengas la certeza de que te hará sentir como deseas sentirte.

— ¿Quiere decir entonces que debo correr el riesgo de decidir equivocadamente?— preguntó ahora el discípulo mientras palidecía y un corrientazo súbito estremecía la boca de su estómago.

— Quiero decir que el sendero de la decisión correcta puede parecer subjetivo, cuando en realidad no lo es. Las sensaciones que deseas experimentar tienen poco que ver con lo acertado de tus decisiones— afirmó el Maestro con una tajante severidad en sus palabras.

— Ahora sí que no lo entiendo Maestro. Lo que ha dicho me ha dejado completamente confundido.

Al terminar con sus palabras, el discípulo se encogió de hombros, agachó su cabeza y se sumió en un profundo mutismo, mientras su Maestro lo miraba atentamente y también en silencio, como dando tiempo a que el alumno se encontrase consigo mismo.

Después de un rato, el discípulo levantó lentamente su cabeza y busco con sus ojos una respuesta en la mirada del Maestro, quien continuaba impávido a la espera de una reacción de su aprendiz. Para este momento, el silencio ya se había convertido en un arma punzante colocada en el vientre del alumno, lo cual lo llevó a pararse de nuevo y decir con fuerza:

— Lamento mucho no estar a la altura de sus expectativas, Maestro. Quizás aún no esté preparado para recibir sus enseñanzas.

— ¿Eso crees realmente?— dijo el Maestro abandonando su silencio, junto con su cómoda postura. ¿Crees que me he equivocado en dedicarte mi tiempo y que eres responsable de un desperdicio que solo está ocurriendo en tu cabeza?

A pesar de la contundencia de sus palabras, la voz del Maestro sonaba calma y su serenidad se esparcía por el ambiente en cada letra pronunciada. El discípulo supo inmediatamente que no era necesario disculparse. Sin embargo, quiso explicarle su confusión al Maestro.

— Lo que pasa es que me da mucho miedo equivocarme y por eso, calculo tanto mis decisiones. Aun así, siento que no todas mis decisiones habrán de llevarme por el camino que quiero.

— ¿Y cómo sabes cuál es el camino que quieres? ¿Cómo sabes que lo que quieres es el camino correcto?

Ante estos señalamientos, el aprendiz volvió a sacudirse y entró en un profundo silencio reflexivo, del cual salió un par de minutos después para responder:

— Son dos grandes preguntas, Maestro— respondió vacilante el alumno. —A veces tengo las respuestas pero otras veces, me doy cuenta de que han cambiado y eso me hace dudar acerca de si realmente sé lo que quiero.

— Eso significa que has llegado a una encrucijada en la que la vida se hace más interesante, más compleja, más desafiante, pero también más nutritiva y gratificante— respondió sin pausa el Maestro

— Lo sé Maestro, pero no puedo evitar sentirme atemorizado ante la magnitud del cambio que se me viene encima— dijo con voz angustiada el discípulo.

— Ya tienes un punto a tu favor— dijo el Maestro con una sonrisa que le iluminó todo el rostro.

— ¿Podría explicarme Maestro? Nuevamente, no le entiendo— añadió de nuevo el alumno sin poder evitar que en su voz se notase la incertidumbre que le causaban aquellas palabras.

— Lo que necesitas entender, lo entenderás en el sendero que te toca recorrer, de nuevo, si decides hacerlo. Tal vez en otras ocasiones has postergado la decisión y tal vez, nuevamente, decidas hacerlo. Pero eso no importa— aseveró el Maestro.

— Lo que sí importa es que tengas presente que tu camino está compuesto de muchas decisiones y que ninguna de ellas es equivocada. Se trata simplemente de las infinitas posibilidades que siempre tendrás ante ti para experimentar la plenitud de lo que ya eres— señaló el Maestro asintiendo esta vez repetidas veces con su cabeza, mientras sonreía y observaba cariñosamente la perplejidad de su discípulo.

— ¿Significa entonces que no debería preocuparme por cambiar lo que no me gusta y conformarme con que me continúen pasando cosas que me desagradan?— preguntó el alumno sin siquiera pretender ocultar el enojo que la sola pregunta le causaba.

— Ya te dije que tenías un punto a tu favor— recordó el Maestro al discípulo. — ¿Acaso no terminas de darte cuenta de lo que trato de decirte?— volvió a preguntar el Maestro desde la certeza de que su alumno bien conocía la respuesta.

— Sé lo que me quiso decir con eso de tener un punto a mi favor. Lo que no termino de digerir es como lidiar con eso de que no debo preocuparme por cambiar nada de lo que hay en mi vida presente, salvo agradecer haberme dado cuenta, gracias a lo que no me gusta, que ya mi vida está cambiando— expresó esta vez el alumno con un brillo inusual en su mirada, que se reflejó en el rostro de su Maestro, haciéndole sonreír.

— El que tu vida ya esté cambiando no significa que no debas ocuparte de nada. Solo significa que parte de lo que debes ocuparte es aprender a no resistirte a lo que está sucediendo— dijo el Maestro mostrando mucha seguridad en sus palabras.

— Dice usted que «parte de lo que debes ocuparte». ¿Acaso hay más?— preguntó el aprendiz invadido nuevamente por el desasosiego que acompaña a todo el que se adentra en caminos desconocidos.

— Sí, bastante más— le confirmó el Maestro. —De momento no voy a abrumarte con un montón de advertencias y recomendaciones. Me conformaría con que solo aprendieras a prestarle la mayor atención a todo lo que no te gusta en tu vida y que, con seguridad, vas a pretender cambiar. Recuerda siempre que las situaciones no deseadas son tu mejor recordatorio para prestar atención a las oportunidades que tú mismo has creado para ayudarte a recordar lo que eres, y sustituir lentamente el limitado concepto que tienes de ti mismo.

— ¿Quiere decir que a pesar de que estoy cambiando sin querer cambiar, dicho cambio ocurre porque he dispuesto desde el principio cambiar a lo largo de toda mi vida?— inquirió el discípulo a su Maestro.

— Yo no lo habría podido decir mejor. Has sumado otro punto a tu favor con ese descubrimiento— dijo con gran complacencia el Maestro.

— Gracias Maestro, por sus palabras. Lo digo con toda humildad. Me honra saber que no le he defraudado— dijo el alumno queriendo halagar al Maestro, tratando de esconder cierto dejo de vergüenza que acabó colándose por sus labios.

— No lo lograrías ni proponiéndotelo, así que no te inquietes por ello. A fin de cuenta, quien verdaderamente aprende de esta enseñanza soy yo, así que ¿Cómo podrías hacerme perder el tiempo que paso contigo?— dijo esta vez el Maestro sin poder contener la risa.

— Gracias de nuevo, Maestro. Es usted muy noble y considerado. ¿Podría hacerle una última pregunta?— dijo el alumno hurgando en la paciencia de su Maestro.

— ¿Y por qué habría de ser la última?— preguntó curioso el Maestro.

— No lo sé, Maestro. La verdad, perdone de nuevo. A veces no sé lo que digo— se disculpó el discípulo agradeciendo la disposición de su mentor por permanecer atento a sus inquietudes.

— Lo sabes, solo que no lo cuidas. Los humanos solemos utilizar la palabra con excesiva ligereza, pero eso es harina de otro costal. En algún momento nos ocuparemos de ello. ¿Qué es lo que quieres preguntarme?

— Quiero saber si tendría la amabilidad de refrescarme un poco todo lo que me ha dicho para llevármelo en la cabeza camino a casa y aprovechar la ruta para reflexionar un poco sobre ello— fue la solicitud que le hiciera el alumno a su generoso, sabio y paciente Maestro.

— Con mucho gusto podría y lo haría— asintió el Maestro— si no tuviese la certeza de que ya sabes muy bien todo lo que hemos hablado. Imagina que al llegar a casa, te topas en la puerta con alguno de tus familiares que va saliendo, pero no te aguantas las ganas de contarle todo lo que llevas en tu corazón producto de este encuentro, y lo quieres compartir pues lo consideras de suma utilidad. ¿Qué le dirías?

Era tan obvia la intención del Maestro de invertir la carga de la responsabilidad en la elaboración del solicitado resumen, que no le quedó más remedio al aprendiz que comenzar a hablar, de esta manera:

— Le miraría directo a los ojos, le tomaría las manos y le diría: lo que sea que te suceda y no te guste, no es para que decidas cambiar lo que no te gusta. Es para que te des cuenta de que ya estás cambiando y de que, aunque no luzcas interesado en ocuparte de eso, no puedes evitarlo. No puedes evadirte ni del cambio que ya está sucediendo en tus narices, ni dejar de ocuparte de lo que solo a ti te concierne.

— Me siento muy complacido, mi amado discípulo. ¿Te das cuenta de que no solo es imposible que perdamos el tiempo mientras compartimos enseñanzas, sino que además, que el que verdaderamente aprende es aquel que cree estar enseñando?

Y cuando parecía que ya terminaba, el Maestro continuó diciendo, con voz firme a su aprendiz:

— Muchos te dirán que cambiar significa llevar adelante un conjunto de acciones planificadas que solo puedes realizar en el presente, prometiéndote que los cambios que buscas los verás en el futuro. Esto no es correcto ni incorrecto, siempre que esté bien para ti. Eres tu quien decide cómo interpretar los dictados de la voz que mora en ti.

— Otros tantos te dirán que para poder producir los cambios que tanto anhelas y que, sin garantías, obtendrás más adelante, deberás encargarte por ti mismo y tú solo de eliminar el miedo y controlar tus emociones. De nuevo, si está bien para ti creer en ello, sigue adelante. No estará ni bien ni mal. Solo será un evento necesario en tu trayecto.

— Al cabo de un tiempo, puede ser que termines por darte cuenta de que deshacerte del miedo ni mantener a raya tus emociones es posible.

— Muchos prometerán que pueden enseñarte a hacer algo «hoy» para que el cambio que buscas se produzca en un futuro no muy lejano. No puedo ni debo convencerte de que no creas en ellos. Lo único que puedo decirte es que no ha sido así como pasó conmigo. He tratado de enseñarte que tus resultados son el producto de tus acciones y que tus acciones son el resultado de tus pensamientos. Para mí es una ley, pero puedes elegir ignorarla. De nuevo, solo tú eres responsable de tu propio tránsito.

— No puedo predicar otra cosa que mi ejemplo, y mi experiencia, que tal vez se parezca a la tuya, me dice que sustituir los pensamientos no es tarea fácil. Y ya no me avergüenza reconocer que me sigue costando mucha dedicación y mucha entrega. Antes lo sufría; ahora lo disfruto.

— ¿Sabes cuál va a ser tu próximo pensamiento?— preguntó rápidamente al alumno. Y sin darle tiempo para responder, volvió a preguntarle: ¿Cómo puedes creer que eres capaz de controlar tu mente, cuando es evidente que en la práctica es ella quien te controla a ti?

— Pensar solo en lo que quieras pensar es una quimera— añadió el Maestro. —Lo que sí puedes lograr es poner la mente al servicio de tu propósito. Pero eso requiere un entrenamiento que, ciertamente, no se logra con rapidez.

— Recorrer el sendero es inevitable. Lo que es opcional es el momento y la compañía que elijas. Hasta puedes hacerlo solo; siempre es una cuestión de elecciones. Pero cuídate de quienes te prometen algo que no pueden cumplir. Lo único que se te puede enseñar es aquello para lo cual ya estás preparado para aprender y, lo que sea que aprendas, lo aprenderás por ti mismo con tus propios métodos.

— Camina en busca de la información que te ayude a construir tu método y desconfía de todo lo que te digan, oigas o te prometan. Desconfía incluso de lo que yo te digo. Sólo tú puedes determinar qué es lo que quieres y solo tú conoces tus recursos para lograrlo.

— Mi papel no es decirte lo que tienes que hacer ni cómo lo debes hacer. Mi deber es respetar tu libre albedrío y permitirte decidir a quién seguir. Puedes hacer caso a la identidad que autoconstruiste o seguir la voz de tu maestro interior, para lo cual deberás aprender a aquietarte.

— Pero de nuevo, y ya para finalizar, es una elección que nadie puede hacer por ti. Mi tarea es acompañarte mientras comparto contigo la experiencia de mi propio tránsito expansivo y toda la información que he recogido a lo largo del maravilloso sendero que me ha tocado recorrer, siempre en compañía de la inteligencia divina, aunque por muchos años no haya notado Su Presencia.

Al terminar sus palabras el Maestro, ambos se miraron solemnemente, antes de terminar abrazados y riéndose, mientras el Maestro acompañaba a su discípulo hacia la salida.

Comparte este artículo: