¿Es en verdad la salud lo más importante? La gran crisis global impuesta por el Covid-19 nos invita a revisar si en realidad practicamos lo que predicamos.
La humanidad está asistiendo al nacimiento de una nueva etapa que redefinirá muchas de nuestras pautas de comportamiento, como resultado de la revisión de nuestros paradigmas o creencias más comunes. Parametrizados por el dualismo que caracteriza nuestra condición humana, la salud y la enfermedad han sido siempre las dos caras de una misma moneda.
Comenzaré señalando que, en mi opinión, nos relacionamos con el tema de la salud a través de nuestro complejo sistema emocional. La enfermedad de aquellas personas cuyos afectos están comprometidos con los nuestros viene teñida con los colores de todo lo que esté asociado con el malestar. El condicionamiento cultural nos induce a que el sufrimiento de otros se convierta también en el nuestro, aunque experimentado de otras maneras.
Nos identificamos con los estragos de esta pandemia porque tememos que nos alcance directamente y de esa manera, ponga en riesgo nuestra vida y la de nuestros seres queridos. Estamos programados para apartarnos del dolor y de la enfermedad a cualquier precio, porque se nos enseñó a creer que son malas, desagradables y no deseables por innumerables razones.
Lo que busco dejar claro es que a no ser por nuestra vinculación con la enfermedad y la muerte a través del miedo, nuestra perspectiva sería otra. ¿Significa esto que estoy sugiriendo que aprendamos a relacionarnos con ellas de otra manera? Definitivamente. Las etiquetas de bueno o malo que le ponemos a todas las cosas determinan notablemente nuestro modo de interpretar lo que nos sucede.
Gracias a mis propias experiencias, he alcanzado la convicción de que nuestro miedo a morir proviene de una certeza intuitiva que nos revela que no hemos sabido vivir. Para superar este miedo ancestral, solo basta saber que se ha tenido una buena vida. Para mí tiene mucho sentido atrevernos a contemplar la enfermedad desde una nueva perspectiva.
Advierto que no estoy proponiendo invertir completamente nuestra vieja forma de ver las cosas, para afirmar que la enfermedad es un proceso placentero y deseable, mientras que la salud debe ser vista como un estado pernicioso que nos distrae de nuestro propósito mayor.
La enfermedad es, ciertamente, un estado de desequilibrio de la energía que se experimenta en forma de malestar y que trae consigo la disminución y limitación de nuestras capacidades y funcionamiento. Claramente, no se trata de nuestro estado natural. Sin embargo, puede abordarse de otras maneras. Una de ellas es preguntarnos: ¿por qué y para qué enfermamos?
Ya dije que enfermamos debido a que nuestras energías vitales pierden el balance que nos permite emplear nuestras capacidades a su máxima expresión. La causa de estas desarmonías energéticas es el manejo inadecuado que hacemos de ellas, lo cual ocurre por vivir de espalda a una importante cantidad de principios que, en la mayoría de los casos, ignoramos.
Si la enfermedad minimiza y ralentiza nuestro desempeño, debe haber una razón. De acuerdo con las evidencias, pareciera que el reposo forzoso es indispensable para la restauración del mencionado equilibrio. Solo se exceptúan aquellos casos en los que la alteración es tan severa que termina en una condición irreversible que ya no puede restaurada a su estado natural.
Sabiendo que se trata de un tema que da para mucho, lo que quiero destacar en esta breve entrega es que la enfermedad nos detiene en contra de nuestra voluntad. En este sentido, la pérdida de la salud también puede ser vista como una expresión de la inteligencia superior, cuyo propósito es que prestemos atención a aquello que nos ha obligado a detenernos.
Mediante el uso consciente de la conciencia, tal vez podríamos entender que la enfermedad nos brinda la maravillosa oportunidad de saber cómo y porqué estamos abusando de nuestro cuerpo y malbaratando nuestras vidas. Enfermar pues, nos brinda la posibilidad de responsabilizarnos de forma decidida por la conducción de nuestra propia existencia. Si por omisión somos responsables de nuestras enfermedades, ahora por decisión consciente debemos serlo de nuestra sanación.
Al igual que el cuerpo físico, el cuerpo social también enferma. Esta pandemia es solo una de las muchas formas que puede adoptar la gran conciencia universal para expresar el estado de desequilibrio en que se encuentran las energías que permiten la vida en todo el planeta. Es un llamado de atención y una detención obligada que debe llevarnos a reflexionar acerca del sentido y el ritmo que le estamos imponiendo a nuestras vidas.
El Covid-19 es el reflejo de que algo se salió de su cauce natural. Espero que no desaprovechemos la oportunidad que nos ofrece para reconocer las causas y revertir los efectos que venimos provocando desde hace mucho. Este conglomerado de conciencias individualizadas que llamamos «humanidad» enfermó y requiere de nuestra participación para sanar.
Más que vacunas que alteren artificial y riesgosamente nuestro sistema inmunológico, o tratamientos efectivos que solo se ocupan de hacer desaparecer los síntomas y no las causas, lo que necesitamos es identificar que somos, al mismo tiempo, la enfermedad, el paciente y el médico tratante. Esperar que otros paguen por las cosas que nosotros rompemos solo ha servido para que cada vez haya más cosas rotas. Es un deber inaplazable dedicarnos a sanar de una manera integral y con total integridad.