¿Alguna vez te has preguntado por qué mentimos los seres humanos? Asumiendo los riesgos que supone asignarle a las cosas una causa única, me aventuro a proponer la razón básica por la cual nos sentimos más cómodos mintiendo que siendo francos.
¿Por qué mentimos?
Mentimos porque creemos que ocultar o cambiar los hechos nos evitará problemas. Producto del sistema de recompensas y castigos en el cual hemos sido educados, la mentira se convirtió en algo «políticamente correcto», aunque inevitablemente culposo.
La primera desventaja de mentir es que complica las inútiles e innecesarias explicaciones que nos sentimos obligados a dar. Y todas responden al mismo motivo: salvarnos de la vergüenza de tener que mostrarle los demás a esa versión de nosotros mismos que preferimos mantener oculta.
Mentir por necesidad.
Dicho de manera más simple, mentimos para no arriesgarnos a perder la aceptación y el reconocimiento de quienes nos rodean. La fuerza que nos impulsa a satisfacer esta necesidad esencial, tiene el poder de convertir en deshonestos a quienes no tienen el valor de enfrentar las consecuencias de sus actos.
Por otra parte, solemos asumir que la fachada que tanto defendemos permanecerá intacta mientras no pueda demostrarse que hemos mentido. Lo que no tomamos en cuenta es que, para defender una mentira, normalmente se necesitan otras que ayuden a hacer más «creíble» el relato original.
Abuso e irrespeto.
Adicionalmente, despreciamos el sentido común de quienes escuchan nuestras mentiras, al creernos más listos que ellos. Sin embargo, cuando mentir parece la única opción disponible, automáticamente nos convertimos en personas que abusan de la confianza que otros nos brindan.
Esta forma de subestimar a nuestros semejantes muestra el poco respeto que tenemos, tanto por su inteligencia como por sus intereses. El detalle es que, en nuestro afán por salir bien librados de nuestra falta de integridad, despreciamos el poder de una habilidad innata del ser humano: la intuición.
El don de la intuición.
La intuición es eso que sabes, pero que no sabes cómo lo sabes. Gracias a ella, podemos detectar cuando alguien nos miente, aunque no podamos comprobarlo. El hedor que deja la mentira a su alrededor contamina el ambiente con insospechada contundencia, socavando las bases de nuestros vínculos con otras personas.
Como podrá notarse, desestimar el poder de la intuición tiene su precio. Además, está claro que el mentiroso es una persona incapaz de calcular las consecuencias del irrespeto que comete hacia los demás con su falta de honestidad.
De qué no nos salvar mentir
Podría escribirse un tratado acerca de los efectos contraproducentes de mentir en las relaciones interpersonales. No obstante, sería un esfuerzo estéril, dada la normalización de la mentira en todos los ámbitos de la vida humana.
Lo que sí tendría sentido es investigar por qué las sociedades contemporáneas se han convertido en un ecosistema en el que la verdad produce nauseas. De momento, solo me voy a referir al efecto más pernicioso de convivir con la mentira: engañarnos a nosotros mismos.
Mentir para evadir.
Lo veo a diario en mi práctica profesional: las personas que aún no están preparadas para el compromiso que implica «evitar la explosión de la bomba de tiempo» que llevan por dentro, mienten como resultado de la activación de ciertos mecanismos de defensa automáticos, de los cuales no son conscientes.
¿A quién engañas?
Al engañar a alguien, solo pretendes justificar tu intención subconsciente (o completamente deliberada) de que todo siga igual. Sabes que la situación que pretendes evitar se agravará progresivamente si no tomas acción para corregirla. Mientes, y puede que logres engañar al otro, pero, ¿no te engañas también a ti mismo?
Apuestas por soluciones mágicas y milagrosas para que lo que te produce incomodidad e insatisfacción desaparezca. Es como esperar la llegada de un tren en una estación convertida en museo: todo un arrebato de insensatez.
Miedo y autoengaño.
Te invito a tomar conciencia de que, secuestrado por tus miedos inadvertidos, estás eligiendo permanecer allí, donde sumisamente te has acostumbrado a estar sin notarlo. Te estoy hablando de tu zona de conformidad o de resignación, ya que de confortable tiene muy poco, por no decir “nada”.
Mientes —y te mientes— porque prefieres malo conocido que bueno por conocer. Al resignarte, te olvidas de que en lo conocido solo hay repetición. Pero también de que haciendo siempre lo mismo jamás avanzarás. Es imposible lograr nuevos resultados con las mismas acciones.
Quisiera, pero…
Es posible que cuando le mientes a un profesional cuya misión es acompañarte por la senda del bienestar, lo hagas porque lo percibes como alguien que solo quiere tu dinero. La predisposición generada por tu defensividad te aísla, haciendo que solo veas y oigas lo que crees que te conviene ver y oír.
Con la mentira te puedes deshacer de una persona que solo está haciendo su trabajo: brindarte todos los elementos de juicio necesarios para que te responsabilices por la conducción de tu vida, dentro de un esquema de beneficios compartidos que solo tú puedes determinar si se ajusta a tus expectativas y posibilidades.
La actitud defensiva.
Te olvidas de que nadie puede sacar un centavo de tu bolsillo sin tu consentimiento. Pero, en lugar de decirle la verdadera razón de tu indefinición, prefieres mentirle porque lo más importante es conservar tu dinero, sin incomodarte dando explicaciones carentes de sentido.
Además, también mientes para proteger tu sentido de la importancia personal, ya que de esta manera logras autojustificar tu falta de determinación para tomar las riendas de tu vida.
Mentir te «protege» de la desconfianza e inseguridad que te produce poner tu dinero en manos de un desconocido, es cierto. Pero no te libera del malestar que te llevó a buscar el acompañamiento que luego rechazas a priori, sin evaluar razonablemente los beneficios que están poniendo a tu alcance a cambio de tu dinero.
¿Cuánto vale tu bienestar?
Si crees que lo que te aqueja puedes resolverlo con una menor inversióno, o incluso, sin pagar, es porque consideras que tu agobio vale menos que tu dinero. Dicho con otras palabras: les das más importancia a tu dinero que a tu molestia, es decir, más importancia que a ti mismo.
Pensar que tu dinero vale más que tu bienestar es lo que te lleva a buscar soluciones baratas o gratis que jamás funcionan. Las cosas de verdadero valor nunca son baratas, y menos, gratis.
Para garantizarte que el dinero que inviertes en tu propio bienestar regresará multiplicado, debes asegurarte de que el conocimiento especializado que necesitas para tu transformación, te sea transferido de manera metódica y personalizada.
¿Posibilidad o prioridad?
No te pido que me creas; solo que lo pienses: más que un tema de «disponibilidad para invertir en ti» con el fin de superar la situación que ahora te limita, de lo que en verdad se trata es de que te des cuenta de que tu dinero te está ayudando a medir tu compromiso contigo misma(o) y a identificar tus prioridades.
Cuando permites que se imponga la falta de confianza en tus capacidades productivas —razón por la cual le asignas más valor a la supervivencia que a tu bienestar— corres el riesgo de estar dejando pasar una oportunidad dorada de hacer hoy lo que, muy probablemente, tampoco harás mañana.
Las estadísticas demuestran que quienes postergan ocuparse de sí mismos, terminan convirtiendo sus esperanzadores «mañana» en imperdonables «nunca».
Otra cosa que dejas fuera de la ecuación a la hora de mentir para continuar posponiendo esa decisión que cada día se hace más urgente, es que, ese mismo dinero que pretendes conservar, lo vas a terminar «gastando» en cosas de menor provecho.
Tus escenarios.
El compromiso que demuestras con tu renovación personal está asociado a alguno de estos tres factores:
- Que la providencia no tenga reservada para ti una vida significativa.
- Que la vida está incrementando tu inconformidad con la finalidad de prepararte para una vida más acorde con tu potencial.
- Que ya seas capaz de hacerte cargo de tu bienestar, y que solo requieres de ese «empujoncito» que a veces nos toca dar a los profesionales del bienestar.
Antes de despedirme, no puedo desaprovechar la oportunidad de recordarte que, si en verdad quieres darle otro rumbo a tu vida, estoy aquí para acompañar a las personas con 50 años o más que están verdaderamente comprometidas con su plenitud.
Envíame un mensaje directo con la palabra «SENTIDO» a través de mi cuenta de Instagram para enviarte mayor información.
Espero reencontrarnos pronto.