La Oscuridad y sus Consecuencias I

Eric Goyo

Una de las paradojas del conocimiento revela que siempre será poco lo que sabemos comparado con lo que no. Este hecho es una invitación a aceptar la validez y pertinencia de otros puntos de vista y de otras formas de hacer las cosas.

Quiero comenzar esta entrega citando una frase que aprendí hace poco: Cuando no sé que no sé, creo que sé. Aunque un poco cantinflérica, creo que el mensaje que quiere transmitir está bastante claro: vivimos auto-engañados para ocultar nuestra incapacidad de reconocer nuestra ignorancia.

No es que nos avergüence ser ignorantes y que por ello intentamos disimularlo, cosa que también sucede. Este auto-engaño es una suerte de mecanismo de defensa que nos invita a especular sobre cosas no conocidas, apoyados en la certeza de que nuestro «sentido común» nos ayudará a realizar las inferencias necesarias para generar el nuevo conocimiento que, hasta el momento mismo del acto de reflexión, ignorábamos que no teníamos.

Visto así, la ignorancia puede asumirse como un estímulo para la creación de conocimiento. Pero ojo: sin la utilización de un método que nos ayude a registrar nuestras observaciones y a comprobar nuestras inferencias, podemos estar generando sofismas que nos mantendrán confundidos y alejados del conocimiento real de lo observado, no solo a nosotros mismos sino a aquellos con quienes compartamos las «verdades» resultantes de tan precaria elaboración.

Dado que solo puedo hablar con propiedad de mi propia experiencia, quiero señalar que fue luego de haber acumulado cierta cantidad de conocimiento a través de mis estudios formales, cuando me topé con una de las muchas paradojas del conocimiento: que lo sabido es la gota; lo desconocido, el océano.

Reflexiono sobre los peligros que arrastra consigo la ignorancia, después de conversar con un amigo durante su convalecencia en un hospital a causa del Covid-19. Debo mencionar que se trata de una amistad separada por 23 años de ausencia, tiempo en el que nuestras vidas transcurrieron por distintos derroteros y por supuesto, tocadas por diferentes vivencias y lecciones.

Luego de aquella charla, rondó incesantemente en mi pensamiento la inocultable transformación que los años operaron en mi amigo y en su forma de pensar. Escudriñando para encontrar la causa de aquello que tanto llamaba mi atención, pude percatarme que el ruido provenía de una actitud permanentemente juzgativa y condenadora hacia todas aquellas ideas que no estuviesen alineadas con las suyas.

Me quedó la sensación de haber hablado con una persona poseída por sus dogmas, y rápidamente las palabras comenzaron a adquirir sentido mientras mis dedos se desplazaban sobre las nobles teclas que tanto me han acompañado. Así, confluyeron dos aspectos que, según mi parecer, se entrelazan simbióticamente creando remolinos de los cuales es muy difícil salir, una vez que nos atrapa la vorágine de su corriente.

La ignorancia suele mezclarse con la intolerancia y éste, según mi punto de vista, es un coctel muy peligroso. El primer riesgo que comporta es que despreciamos el poder de los imperativos morales, de las leyes universales no escritas cuya transgresión nos implica en consecuencias de las cuales no podemos escapar, aunque creamos que sí es posible.

La más importante violación en la que se incurre al ser intolerantes es el irrespeto a la libertad de pensamiento. En eso se basan los dogmas y, porque no decirlo, también los totalitarismos: en la prevalencia de una verdad única sobre la cual no se admite tener reservas ni cuestionamientos.

Las ideologías, entendidas como una falsa conciencia, bien sean de signo religioso o político, crean deliberadamente divisiones para perpetuar los mecanismos de dominación establecidos por la matriz del condicionamiento cultural que históricamente han regido nuestra conciencia colectiva.

No me queda la menor duda de que solo mediante la ignorancia y la intolerancia es posible nutrir un ecosistema en el que tales prácticas sobreviven y que peligrosamente, se extienden como un incendio en la pradera, reforzándose cada día y alcanzando nuevos ímpetus.

Despreciar la validez de aquellas verdades que no compatibilizan con la nuestra atestigua el irrespeto y la intransigencia heredada. Sin embargo, siempre existe la posibilidad de corregir el rumbo tomado. Para mí, los tiempos que corren son la mejor invitación a recordar que lo que creemos saber siempre será una brizna de paja comparada con la inmensidad que representa todo lo que ignoramos y que jamás llegaremos a saber.

La intolerancia, ciertamente, nos aparta, nos confronta y nos lastima, de modo que la tolerancia luce como el único antídoto contra la separación. Aceptar la validez de otros puntos de vista —aunque no los compartamos— convierte en tierra fértil ese espacio en el que el disenso nos complementa, enriqueciendo nuestras verdades particulares.

Ser tolerantes es la forma más efectiva de superar las sombras en las que nos mantiene la ignorancia. Tenemos la fortuna de estar asistiendo a esta gran transformación en calidad de protagonistas. La diversidad es nuestra mejor oportunidad para ser permeados por otras nociones que nos ayude a descubrir la validez de los ilimitados puntos de vista que podamos tener sobre un mismo aspecto de la realidad compartida.

La defensa irracional e irrespetuosa de aquellos puntos de vista que nos han sido inoculados mediante la manipulación inescrupulosa de nuestras vulnerabilidades, es la fuente de muchos de los cismas que estamos llamados a superar quienes mostramos interés por contribuir con el desarrollo de prácticas de convivencias más armónicas que traigan consigo modos de relacionarnos más productivos, nutritivos y gratificantes.

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