Distanciamiento Social y Nueva Normalidad

Eric Goyo

¿Recuperaremos la normalidad que nos permite disfrutar de la compañía de otras personas? ¿Volveremos a compartir espectáculos deportivos y artísticos de la forma en que acostumbrábamos? Son preguntas que permanecen sin respuesta.

Estoy mirando con preocupación lo que se esconde detrás de un par de expresiones de uso común en los últimos meses, y también a su práctica. Me refiero al peligroso «distanciamiento social», que nos recuerda el riesgo de una enfermedad que puede comprometer nuestra salud. Pero cuidado, porque puede que el remedio termine siendo peor que la enfermedad.

Es necesario reflexionar acerca de lo que no se habla. Me parece que esta novedosa forma de separación responde a una estrategia para construir esa «nueva normalidad» de la que también se habla, y que en mi opinión resulta mucho más riesgosa que la propia enfermedad.

Las dos etiquetas mencionadas parecen surgidas de los mismos laboratorios que durante el período de la «guerra fría» se encargaron de crear este tipo de categorías ideológicas que crean brechas aparentemente insuperables, con la finalidad de obstaculizar los indispensables acuerdos que requieren las distintas sociedades para hacer de éste, un mundo más potable.

Pretendo llamar la atención acerca de las consecuencias que ya están teniendo las nuevas medidas de distanciamiento, luego de modificarse en muy poco tiempo las formas en que los seres humanos acostumbrábamos a relacionarnos antes de la aparición de esta crisis de salud pública.

Tal vez para algunas personas parezca exagerado que, más que distanciamiento, lo que verdaderamente se está produciendo es un alejamiento social. Mi afirmación tiene sustento en lo que he visto con mis propios ojos repetidamente: gente parada frente a las puertas de sus casas conversando a metros de distancia, como una señal clara de que algo nuevo está pasando.

Pero más llamativo resulta el trato que personalmente he recibido en no pocos establecimientos en los que no solo no se permite la entrada sin la mascarilla sino que además y de manera ruda, se me ha exigido guardar distancia con el personal que allí trabaja, llegando incluso a pedirme de modo poco amable que aguarde afuera hasta ser atendido. Ni hablar de las veces que muchas personas se han alejado de mí como si se tratase de un leproso.

Que Anthony Fauci diga que se acabaron los apretones de manos simplemente porque a él le parece que no lo necesitamos, parece poca cosa pero no lo es. Que otros decidan lo que necesitamos o no, dice mucho del talante totalitario de las medidas que pretenden implantarse para mantenernos a salvo de un virus que ha dejado en evidencia dos cosas de las que tampoco se habla.

La primera tiene que ver con las insuficiencias del modelo hospitalario mundial, que ha demostrado no estar preparado para atendernos a todos al mismo tiempo y de la mejor manera posible, ante contingencias que desbordan los actuales estándares epidemiológicos, que necesariamente deberán ser revisados a la luz de este acontecimiento.

La segunda está asociada con el uso del «psico-terror» aplicado por los medios de comunicación en su deliberada y consensuada estrategia de inocular el pánico en la población mundial. De esta manera, repotencian el miedo a perder la vida como mecanismo de dominación de masas, tal como lo hicieron durante muchos siglos las religiones a través de sus distintos dogmas.

El distanciamiento pretende distraer nuestra atención mientras el liderazgo elude su responsabilidad, tanto en el contagio como en la propagación y atención de los efectos de la pandemia. De haber invertido más en salud y educación que en armamento, se habrían construido sistemas asistenciales mejor dotados y capaces de atender a la población mundial con un sentido verdaderamente humanista. Algunas medidas oportunas, bien intencionadas y mejor implementadas, habrían sido suficientes para evitar el establecimiento de esta «nueva normalidad».

Tal vez habiendo identificado estas debilidades, el liderazgo anónimo que opera tras bastidores, decidió que este era el momento para comenzar a imponer nuevas normas de vinculación humana en la que cada vez nos hagamos más individualistas y egoístas, y así continuar jugando un sálvese quien pueda que comenzó hace rato.

Al menos para mí, resulta obvio que detrás de la pandemia hay todo un manejo que los distintos liderazgos buscan aprovechar para complacer sus caprichos autoritarios y contribuir con la creación de un nuevo modelo de dominación que pretende hacer resurgir el imperio del miedo. Incluso, una de estas nefastas figuras se ha atrevido a ordenar, con el mayor cinismo, aprenderse un nuevo concepto que no vaciló en titular como una «nueva normalidad relativa y vigilada».

Estos son los tiempos que corren. Que lo puedan lograr depende de cada uno de nosotros. Está en cada uno de nosotros impedir que mediante un bombardeo sistemático de intimidación sutil, consigan estimular y activar los códigos que, tanto por razones genéticas como culturales traemos implantados con respecto a nuestra fragilidad como especie. Aprender a mirar la muerte de otra manera puede ayudar a liberarnos del yugo que pretenden imponernos.

Aviones y barcos seguirán transportándonos, pero tal vez de otra manera. Pagar el precio del pasaje de un avión puesto en el aire con menos pasajeros que antes, puede ser uno de los cambios que enfrentemos. De nosotros depende que el mundo no vuelva a agrandarse, y que las distancias que nos separaron durante el oscurantismo sean solo geográficas. Los silenciosos pero firmes pasos que estamos dando para restaurar nuestra conciencia de unidad, pretenden ser interrumpidos por la antigua fórmula romana divide et impera. ¿Volverán a lograrlo?

Comparte este artículo: