CRISIS DE LA MEDIANA EDAD

Eric Goyo

La mediana edad es un hito madurativo. Se trata de cruzar un umbral psicológico en el que muchas personas cuestionan aquello que valoran y comienzan a descubrir lo que verdaderamente importa en la vida.

Esta etapa exige una reconducción de la emocionalidad que demanda conocimientos no adquiridos y capacidades no desarrolladas por la mayoría de las personas. Es por ello que suele estar asociada con estados de malestar existencial.

Gracias a la madurez, los seres humanos tenemos la posibilidad de identificar ciertas necesidades y carencias que, habiendo estado presente desde siempre, pasaban desapercibidas durante la juventud.

La crisis de la mediana edad responde, principalmente, a razones culturales, en la que los factores biológicos son sobredimensionados por los estigmas que las sociedades modernas han impuesto sobre la vejez, la fealdad, la obesidad y la dependencia, entre otros.

Lamentablemente, la cultura occidental invita al individuo a afrontar este hito con estrategias negacionistas que contradicen la natural dinámica evolutiva de todos los organismos vivos.

Las personas que se aproximan a la mitad de sus vidas (o que ya han entrado en ella) experimentan un universo de sensaciones relacionadas con:

La revisión de lo alcanzado.

En cierto punto de la vida, muchas personas se plantean hacer un balance de sus vidas. La biología invita a visitar la biografía y a tomar en cuenta con mayor responsabilidad los argumentos de la vida, dentro de los cuales destacan, con sobrada diferencia sobre el resto, la productividad y la afectividad.

El resultado habitual de esta reevaluación de lo alcanzado lleva a la mayoría de las personas a sentir que todo lo logrado parece no ser suficiente para sentirse completamente satisfechos con sus vidas.

Tal vez por ello algunos deciden que es hora de emprender nuevos proyectos, aunque invadidos por la incertidumbre generada por lo desconocido. Son varias las razones que explican por qué tantas personas elijen el peso de la resignación y la conformidad, antes que tomar acción para ir detrás de sus más preciados anhelos.

Motivación y entusiasmo.

Quizás el aspecto más visible de la edad madura tiene que ver con la pérdida progresiva de la motivación y el entusiasmo. Este fenómeno está relacionado con ciertos estigmas que la cultura occidental ha impuesto sobre la vejez.

Los déficits de amor propio arrastrados desde la juventud comienzan a hacerse más evidentes. Es por ello que algunas personas que ya han puesto sus pies en la segunda mitad de la vida comienzan a sentirse gradualmente incompetentes.

Se sienten subvalorados, tanto profesional como personalmente. El denominador común de ambas autopercepciones es su sentido de la utilidad, sin importar que la misma esté asociada con sus habilidades o su apariencia.

La merma del entusiasmo plantea serios desafíos para quienes no están preparados para ajustarse a las actuales exigencias de sus viejos roles. Un escenario muy común en las personas de mediana edad es considerar que han desperdiciado su tiempo vital de manera irrecuperable.

Por ello, piensan que el paso de los años trae consigo una pérdida de valor personal y de oportunidades que les imposibilitará hacer aquello que siempre quisieron y que, por distintas razones, quedó como un sueño sin cumplirse.

De allí que muchas personas comiencen inadvertidamente a autoaislarse, excluirse y negarse oportunidades que la sabiduría de los años dorados hace más factibles y disfrutables.

Readecuación de los roles.

La madurez demanda el replanteamiento de los roles más significativos que hemos desempeñado en el pasado. Pretender que las cosas permanezcan inalterables a través del tiempo es de una ingenuidad incompatible con la madurez.

Una vez que nuestra descendencia se hace solvente y ya no tenemos que continuar cuidando de ellos como en el pasado, se abre un mundo de posibilidades para hacer de la edad madura una experiencia llena de plenitud. El reto consiste en estar preparados para asumir esta nueva etapa de la vida.

Convertirse en los padres de nuestros nietos puede ayudar a llenar importantes vacíos que no fueron atendidos con la prontitud y eficacia que ameritaban. Pero solo será un tratamiento de paños calientes que jamás llegará a la causa del vacío existencial que viven tantas personas, una vez alcanzada cierta edad.

Vacío existencial.

Sentir que, a pesar de todas las conquistas alcanzadas en términos materiales y afectivos, la vida carece de sentido y de valor, es tan común que ha dejado de ser noticia.

Por eso se ha convertido en una enfermedad endémica de las sociedades modernas, que intencionadamente ha dirigido su mirada hacía otros aspectos de los que puede extraer mayores beneficios.

La mayoría de las personas han llegado a considerar normal —y tal vez tanta resignación proviene de allí— vivir atrapados dentro de rutinas asfixiantes, deambulando sin rumbo en sus propias vidas, carentes de sentido y significado.

Pérdida del sentido aspiracional.

Muchas personas que alcanzan su madurez comienzan a notar la importancia de ser recordados por los descendientes de sus afectos más cercanos. Incluso, algunos se auto recriminan por haber podido hacer cosas más significativas que pudieran dejar en manos de las generaciones venideras.

Esta falta de legado repercute en algunas personas maduras, llevándolos a sentir nostalgia y a considerar que sus mejores momentos quedaron en el pasado. Verse a sí mismos como personas que ya dieron lo mejor de sí, les hace renunciar al sentido aspiracional que tanta vitalidad inyecta a cualquier persona, sin importar en qué etapa de la vida se encuentre.

Los retos de la mediana edad.

¿Qué hacer entonces ante todos los desafíos que impone la madurez? ¿Es acaso renunciar a la plenitud una opción?

Sería un acto de cobardía bajar la cabeza debido al peso que los estigmas sociales pretenden poner sobre los hombros de la gente que envejece.

Lo que se pierde en vitalidad se gana en sabiduría. El descenso de nuestras capacidades físicas se ve de sobra compensado por las aptitudes adquiridas gracias a nuestras experiencias y preparación.

A partir de la mediana edad debemos adoptar nuevas estrategias que nos acerquen de manera efectiva a la plenitud que hemos buscado desde nuestra juventud. La madurez es el mejor momento para lograrlo, aunque la cultura se encargue de hacernos creer lo contrario.

Debemos aprender a combinar aptitud con actitud para sacar el mayor provecho posible de nuestras fortalezas y ponerlas al servicio de eso que verdaderamente le da sentido a nuestras vidas.

Vivir la segunda mitad de la vida con mayor alegría y entusiasmo requiere decisión, determinación y dedicación. ¿Estás dispuesta(o)?

Trabajo con gente mayor de 50 años para ayudarles a encontrar su propósito de vida y a vivir una nueva etapa más productiva, nutritiva y gratificante.

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