¿Atrapados sin Salida?

11 de abril de 2021
Eric Goyo
Actualidad

El totalitarismo científico —perversamente estudioso— aprendió a replicar socialmente el modelo biológico de la supervivencia y progresivamente, ha ido perfeccionando las formas de aplicarlo con una sola finalidad: preservar el manejo de los recursos del estado y con ello, controlar indefinidamente las vidas de aquellos que, aún en resistencia, les hemos cedido nuestro poder personal.

Resolver un problema implica reconocerlo, identificar sus causas, comprenderlas y pasar a la acción. Los laboratorios del totalitarismo científico del siglo XXI conocen con sobrada precisión la condición humana, y se apoyan en el conocimiento de los mecanismos mentales, emocionales e incluso biológicos, para perpetrar la violación del sagrado derecho al libre albedrío, solo con la finalidad de monopolizar el usufructo de las instituciones del estado.

La enfermedad se produce al perderse el balance de las energías, tanto humanas como sociales. Casi todos los desequilibrios tienen un origen emocional y el miedo es su principal causa. Pero no siempre es fácil darse cuenta de estar bajo sus efectos, debido a su rápida transformación en otros estados anímicos más reconocibles, como la rabia el resentimiento y la frustración.

Mientras estos episodios sean aislados, la mayoría puede restaurar su equilibrio con relativa facilidad y rapidez, sin consecuencias de largo plazo. Los problemas se presentan cuando las causas de los desequilibrios se convierten en una constante y el estado de alteración deviene en una situación permanente.

Gracias a las hormonas del estrés, la energía emocional tiene un impacto decisivo en nuestra biología. Numerosos estudios demuestran que la mayoría de las enfermedades son alteraciones del funcionamiento normal de nuestros sistemas, una vez perdida la capacidad de regular el equilibrio de sus funciones. Cuando la supervivencia está amenazada, se activan las respuestas de protección del organismo como resultado de la sobreestimulación química originada hormonalmente. La función del estrés es prepararnos para afrontar las situaciones en las que conservar la vida es lo único que importa.

Una vez que el cuerpo ha activado los mecanismos para defenderse, bien sea luchando, escapando o escondiéndose, el resto de las funciones vitales se reducen a su mínima expresión para permitir que la totalidad de la energía sea empleada en superar los peligros que ponen en riesgo la existencia. El sistema inmunológico se inhibe casi en su totalidad, produciendo una alteración temporal del frágil ecosistema compuesto por nuestras células y la abrumadora cantidad de microorganismos, responsables de importantes funciones vitales.

Con el organismo comprometido, todos sus sistemas se dedican exclusivamente a sobrevivir. Es por ello que las funciones de renovación celular se ven temporalmente postergadas hasta restaurar las condiciones propicias para la recuperación del equilibrio perdido. Mientras el imperativo sea mantenerse vivo y el cuerpo esté gobernado por las hormonas que lo protegen, sus oportunidades para restaurar la salud son nulas.

La consecuencia más importante del estado de supervivencia es que las células envejecidas y moribundas son reemplazadas por nuevas células defectuosas, debido a la baja calidad de las proteínas producidas una y otra vez por los mismos genes que también van desgastándose, ya que el entorno en el que habitan ha perdido igualmente su balance, al encontrarse saturado de secreciones hormonales dedicadas exclusivamente a proteger, no a crecer de forma saludable y armónica. El paralelismo con el deterioro social no es, para nada, casual.

En un entorno permanentemente estresante, el bienestar se convierte en un lujo que pocos pueden pagar. Los cambios que buena parte de la población se ha visto obligada a hacer en sus dietas por razones económicas, responden a un plan macabro diseñado para que el exagerado y forzoso consumo de carbohidratos limite la producción de proteínas de alta calidad, necesarias para que las células puedan cumplir con sus funciones vitales de forma plena. Por eso es tan importante el actual estado de sometimiento. Replicar el modelo biológico forma parte de un plan para llevarnos a la habituación y «normalización» de las nuevas condiciones para mantenerse en el poder con el menor esfuerzo posible.

Llegado a este punto, la disuasión discursiva reemplaza a la acción represiva y la disidencia es castigada para escarmentar de manera ejemplarizante a sus exponentes y hacerlos padecer el miedo de ser aplastados por la bota militar. Este es el escenario en el que los distintos actores desempeñamos nuestros respectivos papeles. La ingeniería social conoce el inmenso poder de la intimidación y lo aprovecha al máximo con morbosa eficiencia.

Su ventaja consiste, no solo en que conocen científicamente nuestra vulnerabilidad, sino que nosotros, sus víctimas, ignoramos que detrás de sus acciones hay un diseño cuidadosamente elaborado para subyugar las voluntades individuales de manera sistemática. Nuestra principal defensa consiste en superar esa desventaja y para ello, debemos conocer su modus operandi y entenderlo.

Solo necesitamos dos cosas para cambiar la situación actual. La primera es recuperar el poder personal que inadvertidamente les hemos cedido al permitirles influir en nuestra emocionalidad. La segunda es entender y asumir que agradecerles, comprenderles compasivamente y verlos de otra manera es nuestra única salida.

Respetados y calificados voceros afirman que la solución ya no está en nuestras manos; que necesitamos ayuda extranjera y que ésta, necesariamente, debe estar apoyada por la fuerza. Con todo respeto, opinar de esa manera les hace el juego a los principales interesados en convencernos de que jamás podremos restaurar la salud de nuestra moribunda nación.

Pero para ello necesitamos aprender a ver a nuestros plagiarios de otra manera. A eso me refiero cuando hablo de perdonarlos. Necesitamos dejar a un lado los deseos de venganza que solo reproducen el dolor de las viejas heridas, causando más resentimiento. Necesitamos apartarnos de nuestras ganas de pasar factura por el sufrimiento que han causado.

Necesitamos entender que ese sufrimiento será necesario hasta que dejemos de comportarnos como una sociedad adolescente que no toma responsabilidad por la conducción de su destino. Necesitamos aprender a verlos como los maestros necesarios para tan largo y doloroso aprendizaje. Necesitamos entender y asimilar el alto precio que han asumido pagar por sus ejecutorias. (a pesar de su aparente inconsciencia, intuitivamente lo saben). Necesitamos aprender a ejercer la compasión para reconocer que, en realidad, nos están prestando el más grande y costoso servicio que hasta ahora ningún conglomerado de almas turbadas por sus dolores ancestrales había acordado brindarnos.

Debemos aprender a mostrarnos agradecidos por todo lo que están haciendo para nuestro bien y otorgarles el permiso de marcharse y liberarse de tan penosa misión, una vez que les demostremos que han cumplido a cabalidad con su cometido. La solución sí está en nuestras manos. Por eso creo profundamente en esta solución pacífica y amorosa en la que cada quien tiene que hacer lo suyo.

Perdonarlos no es otra cosa que darles las gracias por haber asumido la dura responsabilidad de mostrarnos nuestro lado más sombrío como personas y como sociedad. Perdonarlos es vernos reflejados en esa oscuridad tan visible en ellos, pero imperceptible en nosotros mismos. Perdonarlos es ser compasivos ahora que sabemos que ellos solo son la cara visible de la opacidad que cada uno de nosotros arrastra consigo como un peso muerto de nuestra herencia ancestral.

Perdonarlos es, en síntesis, darnos permiso para renovar nuestra forma de verlos, ahora que sabemos que solo viéndolos de manera agradecida y compasiva podremos vernos a nosotros mismos de otra manera: como los seres luminosos que hemos regresado una vez más a esta dimensión humana, habiendo elegido nacer en esta Tierra de Gracia para contribuir con el propósito de llevar la luz de la conciencia amorosa allí donde más se necesita, tal y como lo están haciendo los hijos de esta patria que se han alejado temporalmente de su hogar para cumplir con la parte de su misión que les corresponde.

Donde quiera que te encuentres, regálale dos oraciones diarias a Venezuela a las 8:00 de la mañana y de la noche en tu hora local. Deja lo que sea que estés haciendo a esa hora por cinco minutos y solicita la asistencia de la inteligencia divina para que ponga toda su misericordia al servicio de las almas de quienes hoy creen oprimirnos.

No corres ningún riesgo, no pierdes nada y es mucho lo que todos, incluso ellos, podemos ganar unidos en el amor que todo lo puede. Si culparlos y querer castigarlos no nos ha servido de nada; si ya hemos intentado tantas cosas en el pasado y no hemos logrado nada, ¿Qué perdemos con intentar algo diferente que solo requiere un mínimo de tu buena voluntad?

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